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HISTORIA

Ven. Taian Ueno (1871-1950)

El 29 de julio de 1903 el Venerable Taian Ueno desembarcó en el puerto del Callao. Con 32 años, había sido nombrado misionero por el Zenji de Soto Zen. Venía con la importante tarea de establecer el budismo Zen en América del Sur y acompañar espiritualmente a los inmigrantes japoneses. Luego de trabajar un corto período en la hacienda Tumán, en el departamento de Lambayeque, se trasladó a la hacienda Santa Bárbara, en la provincia de Cañete, al Sur de Lima, donde había un ingenio azucarero. Gra- cias a las donaciones de los inmigrantes, en 1907 fundó el Templo Nanzenji, una sencilla construcción de estilo japonés que albergó el primer templo budista de América del Sur.

 

El 15 de abril de 1908 Soto Zen renombró el templo oficialmen- te como Taihezan Jionji.

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El cruce del Pacífico,

de Japón a Perú

A fines del siglo XIX, durante la era Meiji, Japón abrió sus puertas al resto del mundo. El país se despedía del feudalismo y la industrialización comenzaba. Sin embargo, con más de 43 millones de habitantes, la pobreza reinaba en el campo y la migración parecía ser una salida. Al otro lado del océano, Perú se recuperaba de la Guerra del Pacífico y los cultivos de las haciendas yacían abandonados.

En 1899 el buque Sakuramaru llegó al Puerto del Callao. En esta primera migración japonesa a Sudamérica llegaron 790 hombres para trabajar en campos de caña de azúcar y algodón. En Japón surgió la preocupación por la suerte de quienes partieron.

 

Las escuelas budistas resolvieron acompañar el destino de los inmigrantes e iniciar la difusión religiosa en América del Sur. El 29 de julio de 1903 llegó a Perú la segunda embarcación desde Japón, el Duke of White, tra- yendo a bordo misioneros japoneses. La primera misión budista de América del Sur estaba formada por el Venerable Taian Ueno, de la Escuela Soto Zen, y los venerables Kakunen Matsumoto y Sen- ryu Kinoshita, ambos de la Escuela Jodo Shinshu. Para solventar su nueva vida en Perú los tres monjes llegaron contratados como superinten- dentes en haciendas, por lo que vivieron de cerca

la cruda realidad de los inmigrantes.

 

El escenario era desolador. Las enfermedades diezmaban a los recién llegados y el resto perdía las fuerzas traba- jando, sin descanso, de sol a sol.

Se cuenta que en la Hacienda Casablanca se prohibieron los entierros individuales para que los trabajadores no faltaran a sus tareas. Ante las dificultades, las labores de los misioneros de Jodo Shinshu se vieron pronto desalentadas. Ambos terminaron por regresar a Japón. El Ven. Taian Ueno, de la escuela Soto Zen, fue el único que permaneció en Perú.

Con perseverancia, y gracias a los donaciones de un grupo de inmigrantes japoneses, el Vene- rable Ueno fundó en la provincia de Cañete, en 1907, el templo Nanzenji, el primero de América del Sur. Al año siguiente, en 1908, estableció la escuela de Santa Bárbara que, con sus primeros nueve alumnos, se convirtió en el primer colegio japonés de Sudamérica. Ese mismo año el templo fue reconocido oficialmente por Soto Zen y nom- brado Taiheizan Jionji.

El estallido de la Segunda Guerra Mundial su- puso una ruptura entre Japón y Perú. El Gobierno peruano cometió una serie de abusos contra la comunidad nikkei, como la confiscación de propiedades y la deportación de 1771 hombres a campos de concentración en Estados Unidos. A pesar de todo, la comunidad nikkei permaneció en el país, principalmente concentrada en Lima, y superó este amargo episodio sin mirar atrás.

 

Desde Japón, Soto Zen dejó de enviar misio- neros a Perú. Dirigió, en cambio, su mirada a Brasil, que se convirtió en el nuevo destino de miles de trabajadores enviados por el Gobierno japonés a partir de 1955. En Perú, a falta de nuevos misio- neros, laicos con escasa formación asumieron las tareas de los religiosos. La vida debía continuar.

 

Preocupada por mantener sus raíces, la comunidad se organizó y fortaleció. Con más de 100,000 personas, Perú es actualmente el se- gundo país sudamericano con mayor número de descendientes japoneses, después de Brasil. A más de un siglo de la llegada del budismo Zen, la cultura japonesa, sus valores y sus tradiciones, continúan enriqueciendo el espíritu del diverso continente americano.

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